He tratado de hacer memoria del número de veces que en mi antigua iglesia se predicó específicamente sobre María. Han sido diversas las que se habló sobre Pedro, otras tantas, sobre Pablo, así como sobre Juan el Bautista, o David. A veces, sobre Jonás o Abraham, el padre de la fe. También se han utilizado a antifiguras como Judas Iscariote, Acán o Esaú. Pero, si mi memoria no me falla, en los quince años en los que permanecí en la iglesia, nunca se predicó sobre María. 180 sermones, sin contar las clases de la Academia Bíblica, los martes por la noche.
Por lo general, no se predica sobre ella en los templos protestantes, ni evangélicos, ni pentecostales, ni neo-pentecostales.
No es algo que llame la atención. La América Latina Católica es un pueblo de una fuerte devoción mariana. Además, aunque no sea algo explícito, “la devoción mariana en todo el período postridentino ha tenido una fuerte impronta antiprotestante. La definición dogmática de la Inmaculada por Pío IX en 1854 formaba parte de un plan conjunto de defensa de la tradición y de lucha contra los errores modernos, cuyos siguientes eslabones fueron el Syllabus (1864) y el Vaticano I (1870)”[i]. Por ello, la reacción natural de oposición y perfil bajo de María en las enseñanzas evangélicas. Esto, a pesar de lo dicho por Juan Pablo II, cuando nos recuerda que “Martín Lutero, en 1521, dedicó a este "santo cántico de la bienaventurada Madre de Dios" -como él decía- un célebre comentario. En él afirma que el himno "debería ser aprendido y guardado en la memoria por todos" puesto que "en el Magnificat María nos enseña cómo debemos amar y alabar a Dios... Ella quiere ser el ejemplo más grande de la gracia de Dios para impulsar a todos a la confianza y a la alabanza de la gracia divina"”[ii].
A pesar de lo que en la práctica evangélica hemos hecho, María no fue muda. Dijo cosas –su sí a la obra que Dios iba a realizar a través de ella-, tomó actitudes –su silencio y meditación hacia las cosas que hacía Jesús-, y tiene por supuesto algo que enseñarnos. Moltmann observó que, en la Biblia, algunos de los himnos más vigorosos han sido cantados por mujeres: María (Éx. 15: 21), Débora (Jue. 5), Ana (1 Sam. 2)[iii]; y más aún, el Magnificat de María está circunscrito fuertemente en la historia de salvación: Abraham, hijo de idólatras (Jos. 24:2) es escogido para ser padre de un gran pueblo de creyentes (Gén. 12:1-3); Dios escucha el clamor del pueblo oprimido en Egipto y lo libera (Ex. 3:7-9), mediante Moisés, un exiliado y forastero en tierra extraña (Ex. 2:22; 3:11); elige al insignificante David (1 Sam. 16:4-11) y rechaza a Saúl (1 Sam. 15:10 ss.); personajes débiles y desconocidos como Gedeón (Jue. 6-8) o Débora (Jue. 4-5), salvan al pueblo de la opresión[iv]. Esta secuencia de individuos marginales que usa Dios para fines salvíficos (no necesariamente en el sentido espiritual) es la que persiste hasta María.
Es el Magnificat una expresión sentimental, inspirada y poética de un acontecimiento personal (“Mi alma... Mi espíritu... Mi Salvador... Me felicitarán... Ha hecho obras grandes por mí...”), el más grande y deseado por las mujeres judías, que es al mismo tiempo global. La madre de Jesús habla en primera persona, de su nuevo destino post-anunciación, de su condición ante la Divinidad (“ha mirado la bajeza de su sierva”) y ante la humanidad (“me llamarán bienaventurada todas las generaciones”) y de lo que significaría el gran evento que ha comenzado con la concepción del bebé que lleva en el vientre, aunque no lo comprende del todo. Ella contempla su historia y la de su pueblo Israel a la luz del Dios salvador, del omnipotente, que hace trascendente nuestra insignificancia. Se registra como pecadora pero, al mismo tiempo, reconoce al Dios todopoderoso que ha hecho su Voluntad grandiosa en ella[v].
En el cántico María nos revela cómo interviene Dios en la historia de los seres humanos. Recuerda las grandes obras realizadas por el Señor en favor de su pueblo, y presenta un modus operandi del obrar divino no absoluto[vi]: el amor del Padre a los pequeños, a los pobres y a los marginados. Al escoger a María como “puente”, como “instrumento” de su designio de Salvación, representado en Jesucristo que ya estaba encarnado en ese instante, Dios ilustra una regla, una especie de ley natural, que expresa que la debilidad se convierte en el instrumento preferido de su poder. Se cumple en ella misma en su condición de marginada: mujer, pobre, nazarena. También en los otros actores del drama soteriológico: Zacarías, un sacerdote de poca importancia; Elizabeth, una mujer estéril y anciana; José, que sólo pudo llevar como ofrenda por su primogénito a dos palominos. Es evidente que “Dios realiza actos de poder con su brazo, símbolo de su fuerza, al invertir el orden humano de las cosas, humillando, dispersando y despidiendo vacíos a los soberbios, poderosos y hartos, y ensalzando y colmando de bienes a los humildes y los hambrientos, a los «pobres», oprimidos y defraudados en este mundo (Anawim; cf. Lc 6,20s; Mt 5,3ss)”[vii]. Con demasiada frecuencia la debilidad se refuerza por las tristes condiciones económicas.
Los pobres, los cautivos, los ciegos, y los oprimidos ganan el premio mayor de las buenas nuevas. En cierta manera, indirecta, ser salvo es ser exaltado de la categoría humana de marginado: se es, ahora, un Hijo de Dios, un escogido del Altísimo, un funcionario que permitirá hacer la misión de Dios en la tierra y un potencial agente activo de las misericordias del Señor. No es la primera vez que se da este mensaje en el texto bíblico. Ya se había dicho que Dios es el que libera a los exiliados y les prepara un camino sin lomas ni cerros (Is 40:3-5), es el que ha escogido un pueblo pequeño y es su auxilio (Is 41:8-10); es el que hace florecer el desierto y convierte la tierra seca en manantiales (Is 41:17-20), el que alienta a los corazones humillados (Is 57:15). Su Espíritu envía a anunciar la buena nueva a los humildes y la liberación a los desterrados (Is 61:1-3). A Dios se le estremece el corazón y se le conmueven las entrañas maternas ante Efraín (Os 11:8); él se compadece del pobre y del débil, mientras desprecia a los poderosos y autosatisfechos (1 Sam .2:7-8; Job 5:11; Sal 34:11)[viii].
Es indiscutible que los “ptojos” (pobres) en el Evangelio de Lucas se refieren solamente a las personas oprimidas económicamente, y la palabra “hambrientos” del cántico de María es un derivado de peinao (sentir hambre, tener hambre, padecer hambre). La espiritualización del texto es ofensiva y rompe el espíritu del original en griego pero, para variar, es típica y común dentro de nuestras iglesias. Vale la pena tener en cuenta las condiciones económicas de la Palestina del tiempo de Jesús para ver si es que María pretendía espiritualizar su enseñanza:
“El estado económico de Palestina en el siglo I estaba lejos de ser lo ideal. El pueblo, como un todo, se hallaba en una deplorable situación de privación material… Pobreza hasta el punto de que la privación y el hambre prevalecían en todo Palestina y para una gran multitud la vida no era sino un problema de existencia física. En consecuencia, el descontento y la inquietud física crecían rápidamente.
Los sucesivos brotes de robo e insurrección que caracterizan a este período fueron, en gran medida, resultado de esta tensión en los asuntos económicos. Estas condiciones también cuentan en la facilidad con que las multitudes de Jerusalén podrían ser llevadas a la furia incontenible y a la violencia tumultuosa, como cuando procuraban, sin dilación, apedrear a Jesús (Juan 8:59; 10:31), o se amotinaron pidiendo a Pilato la ejecución de Jesús (Mateo 27:20) o echaron mano de Pablo cuando fue acusado falsamente de llevar gentiles al santuario del templo (Hch. 21:27 ss.). En realidad, la situación general de inquietud y agitación que prevalecía en todo el judaísmo de Palestina en el siglo I y que culminó en la rebelión del año 70 d.C probablemente se debió mucho más al abandono material que lo que se ha reconocido,
La dificultad para obtener medios de vida llevó a muchos a la desesperación. Muchas mujeres acudieron al papel de la Magdalena por escapar de la necesidad física. En atención a este estado económico, uno no se maravilla de la actitud misericordiosa de Jesús hacia tales infortunadas (Lc. 7:36 ss.; Jn. 8:1 ss.). Los hombres abandonaron el respeto de sus vecinos y desafiaban la execración de la ley rabínica al colectar los tributos para los odiados romanos; o, peor aún, acudían al hurto y al pillaje, de modo que aún a lo largo del muy frecuentado camino de Jerusalén a Jericó, uno podía caer entre los ladrones (Lc. 10:20)”[ix]
¿Espiritualización? No. Por ello podemos decir que María, en cierta manera predica una subversión económica al enfatizar la opción preferente[x] de Dios por el pobre económico –totalmente contrario al sistema económico antiguo y moderno que opta por el más calificado, por el de más capital, por el de más poder- y mostrarnos, a través de la misión de Dios, lo que debe ser la misión de la Iglesia. Bosch lo resalta cuando dice que “la salvación abarcaba en realidad seis dimensiones: económica, social, política, física, psicológica y espiritual. Lucas parece destacar la primera de ellas”[xi].
Sin embargo, aunque prácticamente todos los pobres son marginados, no todos los marginados son pobres. La praxis de Jesús nos demuestra eso: Mateo (5:27-32) y Zaqueo (19:1-10) eran ricos, pero estaban marginados socialmente por ser publicanos. La mujer adúltera (Jn. 8:1-11) merecía la muerte pero Jesús le da una nueva oportunidad. Es claro que el Maestro se relacionaba otros excluidos, no necesariamente desde el punto de vista económico: leprosos, mujeres, y niños. En el contexto del reino de Dios, Jesús efectuaba una subversión social[xii], que María contiene en su cántico, porque Jesús se acercaba a aquellos a los que el común del pueblo dejaba a un lado.
El uso del tiempo pasado de los verbos no simplemente nos recuerda los actos salvíficos divinos en la historia de Israel. María está celebrando la salvación decisiva, escatológica, de Dios iniciada con la concepción de este niño: el reino de los cielos se ha acercado, esta aquí, ya pero todavía no. Su visión no es para el futuro real y definitivo o es una visión espiritualizada del presente. Es una perspectiva que abarca las realidades sociales de su día aunque teniendo en cuenta que Dios es el que obra y trae la salvación.
Una pregunta salta al instante: “¿No es el cántico de María radical aún hoy en día? Muchas iglesias han interpretado el cántico y la visión de la salvación en una manera tan espiritualizada que está prácticamente desvinculada de la vida real. Cuando consideramos la historia de y la actualidad de la iglesia en el mundo (tanto las iglesias protestantes como la Católica Romana y Ortodoxa), tenemos que admitir que la iglesia no ha buscado ni facilitado esta subversión social. En demasiadas ocasiones la iglesia apoya estructuras opresivas y hasta busca el poder para sí misma”[xiii]. Un triste ejemplo de la espiritualización del pasaje es la Biblia Thompson, que en sus citas de ayuda menciona cosas como “humillación”, “insatisfacción del pecado” (¡Para la palabra hambrientos!), “deseo espiritual”, “plenitud espiritual”.
Es, entonces, a través de estas palabras de María Dios trae esperanza al pobre económico. A aquel que vive día a día, ganando sol tras sol y apenas le alcanza para comer. Reconforta al enfermo, atrapado en las redes del sistema de salubridad pública y tratado como un numero y un caso permanentemente postergado, diciéndole: “Aquí estoy, te amo, no me olvido de ti, no me he olvidado que te he prometido que te henchiré de salud; estoy a tu lado aunque a veces no lo parezca, mi presencia nunca se aleja de ti”. Al débil, al necesitado, le dice que “soy un Dios que socorro”. Al niño del cual los padres abusan obligándolo a vender golosinas hasta las once de la noche en alguna esquina de Lima. A todos ellos, que peinao (sienten hambre) por la realidad del sistema económico, Dios observa y promete colmarlos.
Y para eso, quizá, Dios nos tenga que usar.
Por lo general, no se predica sobre ella en los templos protestantes, ni evangélicos, ni pentecostales, ni neo-pentecostales.
No es algo que llame la atención. La América Latina Católica es un pueblo de una fuerte devoción mariana. Además, aunque no sea algo explícito, “la devoción mariana en todo el período postridentino ha tenido una fuerte impronta antiprotestante. La definición dogmática de la Inmaculada por Pío IX en 1854 formaba parte de un plan conjunto de defensa de la tradición y de lucha contra los errores modernos, cuyos siguientes eslabones fueron el Syllabus (1864) y el Vaticano I (1870)”[i]. Por ello, la reacción natural de oposición y perfil bajo de María en las enseñanzas evangélicas. Esto, a pesar de lo dicho por Juan Pablo II, cuando nos recuerda que “Martín Lutero, en 1521, dedicó a este "santo cántico de la bienaventurada Madre de Dios" -como él decía- un célebre comentario. En él afirma que el himno "debería ser aprendido y guardado en la memoria por todos" puesto que "en el Magnificat María nos enseña cómo debemos amar y alabar a Dios... Ella quiere ser el ejemplo más grande de la gracia de Dios para impulsar a todos a la confianza y a la alabanza de la gracia divina"”[ii].
A pesar de lo que en la práctica evangélica hemos hecho, María no fue muda. Dijo cosas –su sí a la obra que Dios iba a realizar a través de ella-, tomó actitudes –su silencio y meditación hacia las cosas que hacía Jesús-, y tiene por supuesto algo que enseñarnos. Moltmann observó que, en la Biblia, algunos de los himnos más vigorosos han sido cantados por mujeres: María (Éx. 15: 21), Débora (Jue. 5), Ana (1 Sam. 2)[iii]; y más aún, el Magnificat de María está circunscrito fuertemente en la historia de salvación: Abraham, hijo de idólatras (Jos. 24:2) es escogido para ser padre de un gran pueblo de creyentes (Gén. 12:1-3); Dios escucha el clamor del pueblo oprimido en Egipto y lo libera (Ex. 3:7-9), mediante Moisés, un exiliado y forastero en tierra extraña (Ex. 2:22; 3:11); elige al insignificante David (1 Sam. 16:4-11) y rechaza a Saúl (1 Sam. 15:10 ss.); personajes débiles y desconocidos como Gedeón (Jue. 6-8) o Débora (Jue. 4-5), salvan al pueblo de la opresión[iv]. Esta secuencia de individuos marginales que usa Dios para fines salvíficos (no necesariamente en el sentido espiritual) es la que persiste hasta María.
Es el Magnificat una expresión sentimental, inspirada y poética de un acontecimiento personal (“Mi alma... Mi espíritu... Mi Salvador... Me felicitarán... Ha hecho obras grandes por mí...”), el más grande y deseado por las mujeres judías, que es al mismo tiempo global. La madre de Jesús habla en primera persona, de su nuevo destino post-anunciación, de su condición ante la Divinidad (“ha mirado la bajeza de su sierva”) y ante la humanidad (“me llamarán bienaventurada todas las generaciones”) y de lo que significaría el gran evento que ha comenzado con la concepción del bebé que lleva en el vientre, aunque no lo comprende del todo. Ella contempla su historia y la de su pueblo Israel a la luz del Dios salvador, del omnipotente, que hace trascendente nuestra insignificancia. Se registra como pecadora pero, al mismo tiempo, reconoce al Dios todopoderoso que ha hecho su Voluntad grandiosa en ella[v].
En el cántico María nos revela cómo interviene Dios en la historia de los seres humanos. Recuerda las grandes obras realizadas por el Señor en favor de su pueblo, y presenta un modus operandi del obrar divino no absoluto[vi]: el amor del Padre a los pequeños, a los pobres y a los marginados. Al escoger a María como “puente”, como “instrumento” de su designio de Salvación, representado en Jesucristo que ya estaba encarnado en ese instante, Dios ilustra una regla, una especie de ley natural, que expresa que la debilidad se convierte en el instrumento preferido de su poder. Se cumple en ella misma en su condición de marginada: mujer, pobre, nazarena. También en los otros actores del drama soteriológico: Zacarías, un sacerdote de poca importancia; Elizabeth, una mujer estéril y anciana; José, que sólo pudo llevar como ofrenda por su primogénito a dos palominos. Es evidente que “Dios realiza actos de poder con su brazo, símbolo de su fuerza, al invertir el orden humano de las cosas, humillando, dispersando y despidiendo vacíos a los soberbios, poderosos y hartos, y ensalzando y colmando de bienes a los humildes y los hambrientos, a los «pobres», oprimidos y defraudados en este mundo (Anawim; cf. Lc 6,20s; Mt 5,3ss)”[vii]. Con demasiada frecuencia la debilidad se refuerza por las tristes condiciones económicas.
Los pobres, los cautivos, los ciegos, y los oprimidos ganan el premio mayor de las buenas nuevas. En cierta manera, indirecta, ser salvo es ser exaltado de la categoría humana de marginado: se es, ahora, un Hijo de Dios, un escogido del Altísimo, un funcionario que permitirá hacer la misión de Dios en la tierra y un potencial agente activo de las misericordias del Señor. No es la primera vez que se da este mensaje en el texto bíblico. Ya se había dicho que Dios es el que libera a los exiliados y les prepara un camino sin lomas ni cerros (Is 40:3-5), es el que ha escogido un pueblo pequeño y es su auxilio (Is 41:8-10); es el que hace florecer el desierto y convierte la tierra seca en manantiales (Is 41:17-20), el que alienta a los corazones humillados (Is 57:15). Su Espíritu envía a anunciar la buena nueva a los humildes y la liberación a los desterrados (Is 61:1-3). A Dios se le estremece el corazón y se le conmueven las entrañas maternas ante Efraín (Os 11:8); él se compadece del pobre y del débil, mientras desprecia a los poderosos y autosatisfechos (1 Sam .2:7-8; Job 5:11; Sal 34:11)[viii].
Es indiscutible que los “ptojos” (pobres) en el Evangelio de Lucas se refieren solamente a las personas oprimidas económicamente, y la palabra “hambrientos” del cántico de María es un derivado de peinao (sentir hambre, tener hambre, padecer hambre). La espiritualización del texto es ofensiva y rompe el espíritu del original en griego pero, para variar, es típica y común dentro de nuestras iglesias. Vale la pena tener en cuenta las condiciones económicas de la Palestina del tiempo de Jesús para ver si es que María pretendía espiritualizar su enseñanza:
“El estado económico de Palestina en el siglo I estaba lejos de ser lo ideal. El pueblo, como un todo, se hallaba en una deplorable situación de privación material… Pobreza hasta el punto de que la privación y el hambre prevalecían en todo Palestina y para una gran multitud la vida no era sino un problema de existencia física. En consecuencia, el descontento y la inquietud física crecían rápidamente.
Los sucesivos brotes de robo e insurrección que caracterizan a este período fueron, en gran medida, resultado de esta tensión en los asuntos económicos. Estas condiciones también cuentan en la facilidad con que las multitudes de Jerusalén podrían ser llevadas a la furia incontenible y a la violencia tumultuosa, como cuando procuraban, sin dilación, apedrear a Jesús (Juan 8:59; 10:31), o se amotinaron pidiendo a Pilato la ejecución de Jesús (Mateo 27:20) o echaron mano de Pablo cuando fue acusado falsamente de llevar gentiles al santuario del templo (Hch. 21:27 ss.). En realidad, la situación general de inquietud y agitación que prevalecía en todo el judaísmo de Palestina en el siglo I y que culminó en la rebelión del año 70 d.C probablemente se debió mucho más al abandono material que lo que se ha reconocido,
La dificultad para obtener medios de vida llevó a muchos a la desesperación. Muchas mujeres acudieron al papel de la Magdalena por escapar de la necesidad física. En atención a este estado económico, uno no se maravilla de la actitud misericordiosa de Jesús hacia tales infortunadas (Lc. 7:36 ss.; Jn. 8:1 ss.). Los hombres abandonaron el respeto de sus vecinos y desafiaban la execración de la ley rabínica al colectar los tributos para los odiados romanos; o, peor aún, acudían al hurto y al pillaje, de modo que aún a lo largo del muy frecuentado camino de Jerusalén a Jericó, uno podía caer entre los ladrones (Lc. 10:20)”[ix]
¿Espiritualización? No. Por ello podemos decir que María, en cierta manera predica una subversión económica al enfatizar la opción preferente[x] de Dios por el pobre económico –totalmente contrario al sistema económico antiguo y moderno que opta por el más calificado, por el de más capital, por el de más poder- y mostrarnos, a través de la misión de Dios, lo que debe ser la misión de la Iglesia. Bosch lo resalta cuando dice que “la salvación abarcaba en realidad seis dimensiones: económica, social, política, física, psicológica y espiritual. Lucas parece destacar la primera de ellas”[xi].
Sin embargo, aunque prácticamente todos los pobres son marginados, no todos los marginados son pobres. La praxis de Jesús nos demuestra eso: Mateo (5:27-32) y Zaqueo (19:1-10) eran ricos, pero estaban marginados socialmente por ser publicanos. La mujer adúltera (Jn. 8:1-11) merecía la muerte pero Jesús le da una nueva oportunidad. Es claro que el Maestro se relacionaba otros excluidos, no necesariamente desde el punto de vista económico: leprosos, mujeres, y niños. En el contexto del reino de Dios, Jesús efectuaba una subversión social[xii], que María contiene en su cántico, porque Jesús se acercaba a aquellos a los que el común del pueblo dejaba a un lado.
El uso del tiempo pasado de los verbos no simplemente nos recuerda los actos salvíficos divinos en la historia de Israel. María está celebrando la salvación decisiva, escatológica, de Dios iniciada con la concepción de este niño: el reino de los cielos se ha acercado, esta aquí, ya pero todavía no. Su visión no es para el futuro real y definitivo o es una visión espiritualizada del presente. Es una perspectiva que abarca las realidades sociales de su día aunque teniendo en cuenta que Dios es el que obra y trae la salvación.
Una pregunta salta al instante: “¿No es el cántico de María radical aún hoy en día? Muchas iglesias han interpretado el cántico y la visión de la salvación en una manera tan espiritualizada que está prácticamente desvinculada de la vida real. Cuando consideramos la historia de y la actualidad de la iglesia en el mundo (tanto las iglesias protestantes como la Católica Romana y Ortodoxa), tenemos que admitir que la iglesia no ha buscado ni facilitado esta subversión social. En demasiadas ocasiones la iglesia apoya estructuras opresivas y hasta busca el poder para sí misma”[xiii]. Un triste ejemplo de la espiritualización del pasaje es la Biblia Thompson, que en sus citas de ayuda menciona cosas como “humillación”, “insatisfacción del pecado” (¡Para la palabra hambrientos!), “deseo espiritual”, “plenitud espiritual”.
Es, entonces, a través de estas palabras de María Dios trae esperanza al pobre económico. A aquel que vive día a día, ganando sol tras sol y apenas le alcanza para comer. Reconforta al enfermo, atrapado en las redes del sistema de salubridad pública y tratado como un numero y un caso permanentemente postergado, diciéndole: “Aquí estoy, te amo, no me olvido de ti, no me he olvidado que te he prometido que te henchiré de salud; estoy a tu lado aunque a veces no lo parezca, mi presencia nunca se aleja de ti”. Al débil, al necesitado, le dice que “soy un Dios que socorro”. Al niño del cual los padres abusan obligándolo a vender golosinas hasta las once de la noche en alguna esquina de Lima. A todos ellos, que peinao (sienten hambre) por la realidad del sistema económico, Dios observa y promete colmarlos.
Y para eso, quizá, Dios nos tenga que usar.
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[i] Víctor Codina: “Mariología desde los pobres”. 1986. Citado en http://www.servicioskoinonia.org/relat/139.htm (28-03-2007)
[ii] M. Lutero, Scritti religiosi, a cargo de V. Vinay, Turín 1967, pp. 431 y 512. Citado por Juan Pablo II en la Audiencia General del Vaticano el Miércoles 21 de marzo del 2001.
[iii] E. Hamel: “Justicia en la visión del Magnificat”. Extraído de http://www.mercaba.org/DicTF/TF_justicia_magnificat.htm (28/03/2007)
[iv] Secuencia de versículos extraída de Víctor Codina. Ibid.
[v] E. Hamel: “Justicia en la visión del Magnificat”. Extraído de http://www.mercaba.org/DicTF/TF_justicia_magnificat.htm (28/03/2007)
[vi] Digo no absoluto porque también hay ejemplos de gente rica utilizada por Dios grandemente.
[vii] Josef Schmid, “El Evangelio según San Lucas”. Barcelona, Ed. Herder, 1968, pp. 76-81
[viii] Secuencia de versículos extraída de Víctor Codina: Ibidem.
[ix] Dana, H.E. “El mundo del Nuevo Testamento”. Casa Bautista de Publicaciones, 1975. Pag. 148-151
[x] Hay que enfatizar: preferente no significa exclusiva. Lo digo por si acaso se generen dudas al respecto.
[xi] Bosch, David: Misión en Transformación. Grands Rapids: Libros Desafío. 2000. Pag. 152.
[xii] Abbott, Marcos (1999). Texto citado en http://www.centroseut.org/articulos/separ019.htm (28-03-2007)
[xiii] Abbott, Marcos. Ibid.